15 de marzo de 2012

TAKESHI URAMESHI: El Samurai del amanecer

El hombre que tiene a las armas como profesión
debe calmar su mente y mirar dentro
de las profundidades de otros.
Éste es el fin más preciado de las artes marciales.
Siba Yoshimasa (1350 – 1410)



TAKESHI URAMESHI

La luna llena resplandece gracias al sol sobre el bosque Tenryu-Ji en las afueras de Kyoto; la nieve blanca cubre el suelo del Japón, transcurre el año de 1613 d.C. durante la era Tokugawa, una sangrienta batalla ha sido presenciada por un pequeño niño delgado, de ojos grandes, tez blanca, nariz fina, cabello obscuro y lacio y un poco descuidado; está impresionado por lo que ha visto, su cuerpo está entumecido por el frío y el miedo. Su padre yace sobre la nieve, sus órganos internos han sido cortados por él mismo con su propia espada, de su cuerpo se derrama sangre, también ha sido decapitado.

La ciudad está callada, sólo se escucha el silbar de los árboles, pareciera como si nada hubiera pasado por allí. Takeshi de igual manera no tiene ninguna expresión, su miedo se enmascara bajo la seriedad, no sólo el clima es frío, su actitud también lo es.

Un hombre de tez blanca, cabello negro y crespo, ojos rasgados y con ropa tradicional, se acerca y pronto le hace ver que ese es el camino samurái (bushido), su nombre: Kitamura Seishiro.

Kitamura: -El samurái nace para morir. La muerte, no es una maldición a evitar, sino el fin natural de toda vida. Aprende y supera eso y podrás ya no tener miedo y soportar las adversidades.

Takeshi sólo tiene 6 años, pero está siendo entrenado para ser samurái igual que su padre lo fue. Él ya tiene su primera espada otorgada por su sensei Kitamura, quien lo guía en el modo de vida y el código samurái llamado Bushido. Años pasarán para que el ahora pequeño Takeshi logre ser un gran, responsable y valiente samurái, por ahora tiene que enfrentar su mayor miedo, y es la muerte. Frente a sus ojos ha visto morir a su padre, no parece estar afectado por ello, puesto que ahora está listo para seguir con su entrenamiento.

7 años han pasado desde aquel cruento suceso, y ahora Takeshi ya no sólo maneja una simple espada como lo haría años atrás. Por las mañanas está siendo instruido en el manejo de la espada y la alabarda, la cual es su arma favorita, también aprende equitación, natación, tiro con arco y por las tardes estudia caligrafía, matemáticas, tácticas y poesía. Su maestro lo alaba siempre porque es muy listo y rápidamente aprendió a leer y escribir y es que según su sensei, muchos son los samuráis analfabetas.

Kitamura-sensei intenta enseñar a sus alumnos los principios del Bushido o código samurái, que es la guía de su educación y la cual deben de adoptar como una forma de vida:

-Estos son los siete principios que rigen el código de Bushido. Sean fieles a él y su honor crecerá. Rómpanlo, y su nombre será denigrado por las generaciones venideras.

GI - Honradez y Justicia
YU - Valor Heroico
JIN – Compasión
REI – Cortesía
MEYO – Honor
MAKOTO - Sinceridad Absoluta
CHUGO - Deber y Lealtad

Takeshi no comprendió a primera instancia en que consistían los principios del Bushido, sin embargo, y con el paso del tiempo en la experiencia iría descubriéndolo poco a poco.

Un día su maestro muy emocionado lo alabó por su perfecta habilidad para el uso de la alabarda, por lo que sonrío y dijo: -Eres un chico talentoso Takeshi, pero… debes de estar consciente de lo que significa la vida samurái, a pesar de ser muy bueno, no olvides el REI (la cortesía) Los samurai no necesitan demostrar su fuerza, es decir, ¡se humilde! Un samurai es cortés incluso con sus enemigos. Sin esta muestra directa de respeto no somos mejores que los animales.
Un samurai recibe respeto no solo por su fiereza en la batalla, sino también por su manera de tratar a los demás-

Durante años entrenó y entrenó para prepararse como samurái; sin embargo su maestro notaba algo… especial en él, parecía que Takeshi podría hacer algo más que ser un simple samurái, pero su actitud desafiante y en algunos momentos engreída hacían pensar a su sensei que no lograría completarse a si mismo tan fácil.

Años pasaron hasta que tuvo su primera misión. Y junto con otros compañeros samurái fueron elegidos para cuidar al daimyo[1] de la ciudad, su nombre era Keitaro Matsuo un señor feudal dedicado a la siembra del arroz. Al ser de la aristocracia tenían la facultad de ser protegidos por guerreros, que en este caso eran samurái. Keitaro contrató a Takeshi por ser novato, y pensando que cobraría menos por ello.

Pronto su sensei les daría los últimos consejos antes de dejarlos seguir el camino samurai

Kitamura-sensei: -Muchachos, Esta es su primera misión, su vida ahora gira en torno al Daimyo Keitaro, protéjanlo a él y a sus pertenencias. Ese es su trabajo, sigan siempre nuestra filosofía y ¡adelante!, les deseo lo mejor.

Takeshi estaba muy entusiasmado con su primera misión, sin embargo, no parecía demostrarlo, puesto que su actitud era distante.

Takeshi: -Espero encontrarme con sujetos igual o más fuertes que yo para poder eliminarlos sin piedad alguna….-

En el pueblo se decía que el Daimyo Keitaro era un buen hombre, solía vestir con ropajes tradicionales en color vino, ya que los colores obscuros significaban altos rangos, sus propiedades y vivienda se encontraban en la provincia de Nagoya, por lo que Takeshi y sus compañeros tuvieron que realizar un largo viaje hasta ese lugar.

Pronto Takeshi conocería a Keitaro y se daría cuenta de que lo que decían de él era cierto. Muchas veces tuvo que pelear en su nombre, pero de las anécdotas más significativas que tuvo fue cuando se enfrentó al Samurai Hiro Yatsura.

Aquel día el calor era abrazador, Hiro era un ronin[2] que hacía años había dejado a su Daimyo y se encontraba vagando retando a todo aquel que se encontrara en su camino. Al encontrarse con Takeshi no pudo evitar lavar con su sangre el orgullo perdido. Sin embargo Takeshi solía ser muy racional en sus batallas, o por lo menos así había sido hasta ese momento, por lo que al principio no se sintió hostigado por Hiro, ya que él lo provocaba con una serie de insultos

Hiro: -Yo soy Hiro Yatsura, digno predecesor del clan Yamamoto, yo he vencido al mejor samurai que ha dado esta tierra del sol naciente, he vivido desde lo más cruel hasta lo más sublime. ¡¡¡NO PUEDES IGNORARME DE ESTA MANERA!!! –

Por lo que se dispuso a atacar a Keitaro, corriendo con la espada desenvainada estuvo apunto de encajársela en el estomago a Keitaro, cuando en ese preciso momento Takeshi se interpuso y con su alabarda en mano se dispuso a contraatacar.

Pero antes de disponerse a herir a Hiro proclamó: -Guerrero sin sueños, has perdido lo más valioso, tu dignidad. No has podido conservar un espíritu noble y elevado, por el contrario, eres despiadado y orgulloso. No deberías seguir viviendo así.

Se sabe que la alabarda es una de las armas más difíciles de manejar por su tamaño y peso, por lo que suelen ser muy lentas, pero es este caso Takeshi no se podía permitir contemplaciones, así que con gran velocidad y técnica arremetió contra Hiro. Una batalla se comenzó a sucitar en el jardín zen del Daimyo Keitaro.

Después de un largo rato, por fin se decidía el ganador de la batalla… Frente a un árbol Takeshi, tenía acorralado a Hiro e indefenso ante la alabarda de Takeshi pudo pronunciar unas palabras a pesar del cansancio: -¡Mátame! … La muerte no… es eterna… el… deshonor, sí.

Takeshi quedó sosegado con lo que escuchó, pensaba perdonarle la vida ya que tenía compasión de él. Pero con lo que Hiro de dijo, se dio cuenta de que al igual que su padre, la muerte no es una maldición a evitar, sino el fin natural de toda vida; y recordando lo que le dijo su maestro alguna vez: “El samurai nace para morir”. –¡¡Quizá ese sea mi destino también!!- Exclamó preocupado. Y sin pensarlo ni un momento, decapitó a Hiro, la sangre y su cabeza rodó por el pasto cayendo en el estanque del jardín. –Debo de dejar de ser tan clemente, de ahora en adelante no me importará de quien se trate mataré sin compasión- Pensó.

Año con año miles de sujetos pasaron y tuvieron que pelear con él, tanto en grupo como individualmente. A veces manejaba el arco ya que era más liviano y más sencillo de manipular, pero siempre cargaba una espada para poder decapitar a su enemigo.

Keitaro solía ser muy amable y respetuoso debido a su educación bajo la filosofía zen, un día durante la noche, se escucharon ruidos en la casa. Todos los samurái dormían incluso Takeshi, por lo que nadie notó nada. Sin embargo, un ataque sorpresa se llevó acabo y flechas con fuego comenzaron a incendiar la casa de Keitaro, las mujeres y las demás personas que vivían en la casa salieron corriendo despavoridas, y Takeshi rápidamente se dispuso a colocarse su traje de combate, con 39 años de edad Takeshi ya era todo un experto samurái y nunca dejó de cultivarse, siempre siguió leyendo y entrenando artes marciales junto con sus compañeros (La perfección es una montaña que debe ser escalada a diario. Bushido). Rápidamente salió de la casa, Keitaro les ordenó a él y a sus compañeros atacar sin piedad… Montaron sus caballos, tomaron sus armas, sus banderas y comenzó la que sería la batalla del honor.

Esta vez Takeshi iría a caballo, preparó su casco con humo como lo haría siempre, se bañó en una loción especial y listo para la acción, se lanzó contra los enemigos, que los superaban en número y que lo que pretendían era quedarse con las tierras fértiles de Keitaro quien ahora sería el único heredero, puesto que hacía uno meses su padre había muerto de neumonía.

Cuerpos con flechas encajadas, cabezas, miembros, sangre; todo esto se encontraba en el campo de Nagoya. Takeshi ya había perdido la cuenta de cuantos compañeros habían caído y cuantos habían derrotado, pero de lo que si estaba seguro es de no se iba a rendir, a pesar de que tal vez no podrían frente a semejante ejercito; sin embargo nunca perdió las esperanzas.

Takeshi estaba exhausto, y seguían apareciendo enemigos, y aunque él seguía su cuerpo ya no respondía, ciertos cortes de espada y muchas heridas lo tenían muy débil como para seguir, pero a pesar de su estado Takeshi seguía luchando, tal vez lo hacía por instinto, tal vez lo hacía por dignidad, nadie lo sabe, ya que su mirada estaba perdida.

Fue en ese momento cuando un grupo de rivales lo rodearon, cada uno tenía espadas; estaba acorralado, lo aprisionaron y cuando estaban a punto de llevárselo. Su compañero Hatori lo ayudó a liberarse, pero Takeshi dijo en su lugar: -De ja… me… lo a mi so… lo da… m..e m…i es…pa…da. Hatori le acercó la espada y antes de realizar el ritual del seppuku con las pocas fuerzas que le quedaban y balbuceando pronunció y pensó en:

El Credo del Samurai

No tengo parientes, Yo hago que la Tierra y el Cielo lo sean.
No tengo hogar, Yo hago que el Tan T'ien lo sea.
No tengo poder divino, Yo hago de la honestidad mi poder divino.
No tengo medios, Yo hago mis medios de la docilidad.
No tengo poder mágico, Yo hago de mi personalidad mi poder mágico.
No tengo cuerpo, Yo hago del estoicismo mi cuerpo.
No tengo ojos, Yo hago del relámpago mis ojos.
No tengo oídos, Yo hago de mi sensibilidad mis oídos.
No tengo extremidades, Yo hago de la rapidez mis extremidades.
No tengo leyes, Yo hago de mi auto-defensa mis leyes.
No tengo estrategia, Yo hago de lo correcto para matar y de lo correcto para restituir la vida mi estrategia.
No tengo ideas, Yo hago de tomar la oportunidad de antemano mis ideas.
No tengo milagros, Yo hago de las leyes correctas mis milagros.
No tengo principios, Yo hago de la adaptabilidad a todas las circunstancias mis principios.
No tengo tácticas, Yo hago del vacío y la plenitud mis tácticas.
No tengo talento, Yo hago que mi astucia sea mi talento.
No tengo amigos, Yo hago de mi mente mi amiga.
No tengo enemigos, Yo hago del descuido mi enemigo.
No tengo armadura, Yo hago de la benevolencia mi armadura.
No tengo castillo, Yo hago de mi mente inamovible mi castillo.
No tengo espada, Yo hago de mi mente mi espada.

E inmediatamente después se clavó la espada en el estomago y sacó todos sus miembros internos, practicándose de esta manera el seppuku[3].

CONCLUSIÓN

a) Siendo el harakiri la técnica nacida desde los samurái en el Japón feudal, puedo llegar a la conclusión de que este ritual impulsado desde el bushido y aprendido durante toda la existencia del sujeto, es un modo de vida que evita ser juzgado por las circunstancias tanto históricas como de formación, sin embargo se puede entender que el suicidio desde este sentido corresponde a un acto que como lo señalo en la hipótesis de mi trabajo anterior, va en caminado no sólo hacia un tipo de moral diferente a la de occidente, sino a una que permite que toda una sociedad lleve a cabo este acto, ya de que este se derivan muchos ejemplos contemporáneos que nos ubican en otra postura frente al acto del suicidio, recalco mi hipótesis para seguir conjeturando sobre ella:


“El suicidio puede ser una posibilidad de resistencia y/o acción libertaria que rompe con el esquema moral, para tolerar la vida en la muerte”


b) Desde los samurái podemos observar que se resaltan muchos valores y acciones que pueden llegar a considerarse buenas, pero curiosamente la muerte es mejor que vivir una vida de deshonor, por lo tanto nos enfrentamos a otra episteme que podemos trasladar al presente e incluso a occidente y que nos permitirá no sólo entender al otro por su postura frente a la vida y la muerte, sino que nos abrirá las puertas para concientizar, comprender, y analizar la situación como UNA posibilidad de resistencia frente al rechazo que se tiene a una determinada situación o estado en el que se encuentre el sujeto.






[1] El daimyō (大名, daimyō?) era el soberano feudal más poderoso desde el siglo X al siglo XIX dentro de la historia de Japón. El término "daimyō" significa literalmente "gran nombre". Tras la Batalla de Sekigahara que marcó el principio del Período Tokugawa en el año 1603, el shōgun Tokugawa Ieyasu reorganizó aproximadamente a 200 daimyō en sus territorios, formalmente conocidas como provincias (kuni), dentro del han, categorizadas según el nivel de producción de arroz. Los daimyō eran aquellos quienes lideraban un han (feudo) valorado en 10,000 koku (Un koku de arroz pesa cerca de 150 kilogramos.) o más.

[2] Bajo los shogunes Tokugawa muchos de los daimyos menores fueron exiliados y sus ejércitos fueron disueltos, dando lugar a una clase de samuráis sin señor. Éstos recibieron el nombre de ronin, que significa «hombre ola», alguien que va de un lugar a otro como llevado por las olas del mar. El ronin no tenía ni clan ni señor y con frecuencia se les trataba como marginados. Tenían que arreglárselas solos y recorrían el país en busca de trabajo. Pero al estar libres de la obligación de servir a un señor, muchos ronins se hicieron tremendamente independientes. En esto eran diferentes a cualquier otro samurái cuya lealtad estaba siempre comprometida con su señor.

[3] Mejor conocido como harakiri (en japonés, `abrirse el vientre'), práctica japonesa de suicidio ritual por destripamiento, en origen restringida consuetudinariamente a los nobles y adoptada más tarde por todas las clases. El término también se utiliza para designar cualquier suicidio cometido en aras del honor personal. El harakiri tiene sus orígenes en el Japón feudal, cuando lo practicaban los samurai, o nobles guerreros, para eludir el deshonor de caer capturados por sus enemigos. Más tarde se convirtió de hecho en un método indirecto de ejecución, según el cual, cualquier noble que recibía un mensaje del micado, por el que se le comunicaba que su muerte resultaba esencial para el bien del imperio, se hacía el harakiri.

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